martes, 29 de diciembre de 2015

27 de diciembre.

Y ocurre.

Conoces a alguien capaz de hacerte sentir que puedes ser tú, puedes sonreír mostrando los dientes y con el que incluso, puedes desnudar tu alma.
Quizás fue el azar, el destino, pero sabes que estabas a punto de perderte; que el dolor te estaba consumiendo, que tu tiempo había expirado y que estabas cayendo en un pozo tan hondo en el que ya no se te oía gritar porque simplemente, te estabas dejando caer al vacío.

Y sería fácil.

Sería fácil dejarse caer al vacío, dejar de sentir dolor, de tener sentimientos, de tener corazón. Ser simplemente uno de los miles de cuerpos que caminan cada mañana hacia un trabajo que los oprime, una casa que se les queda grande, una vida que ellos no han elegido vivir.

Pero no.

El mundo ahora se mueve, los atardeceres son más bonitos y la música suena mejor. La piel se eriza y la poesía cobra un nuevo significado para ti.
Tus fantasmas empiezan a quebrarse y empiezan a hacerse difusos en algún lugar de tu dolorosa memoria, encerrados y echando la llave.

Ahora Pereza es tu banda sonora, aunque a veces las alternas con tu risa, con su risa, con la risa de ambos. Porque ahora es necesario, porque ahora eres necesario. No tiene porqué ser amor, quizás simplemente sea un nuevo comienzo o ni siquiera ha acabado lo anterior.

Pero quieres alejarte.

Esto no es real. Sólo es una mentira, un espejismo que en cuanto te despiertes volverás a estar en un agujero oscuro y profundo.
Es mentira. Todo. Cada palabra, cada gesto, cada sonrisa, es simplemente un engaño. La mentira te está traicionando y quiere volver a por ti, pero quiere terminar de destruirte, y tú, tú ya no tienes fuerzas para resistirte, tampoco es que quieras.
Temes no volver a recomponerte, a que te pierdas tanto que ni tú te reconozcas, pero ¿eso es malo acaso?

Y esperas.
Siempre esperas.
Tampoco puedes hacer otra cosa.
Sigues esperando,
segundos,
                minutos,
                              horas.
Y nada cambia.
Porque la vida no cambia sola,
tú debes cambiarla.
Pero no tienes fuerzas.

Sigues viéndole.

Te habla de sus sueños, de su vida, de lo que era antes de conocerte. El corazón te tiembla, te vibra. Deseas haber llegado antes o quizás no haber llegado nunca.
Llega la primera mirada que se desvía hacia los labios, llega el primer beso, cuando te coge de la mano, la primera canción que compartes.

Sigues teniendo miedo.

Habláis. Necesitáis hablar. Os necesitáis el uno al otro.
Qué pena que ninguno sea consciente todavía.

Y mientras tanto, el mundo sigue girando,
el reloj sigue marcando el curso inminente del tiempo.
Pero hubo un día,
un momento,
que sólo erais vosotros.
27 de diciembre.






viernes, 18 de diciembre de 2015

Estabas.

Estabas en cada poema, 
y también en cada sinfonía.
Estabas en cada minuto, 
incluso el de aquel reloj parado.

Estabas en cada esquina, 
y también cerca de la tetería.
Estabas en aquella cafetería, 
incluso mientras no te veía 

Estabas en la catedral, 
echando tus fotos para variar. 
Mientras yo miraba embelesada, 
aquella belleza peculiar.

Y lo peor de todo, 
es que ni siquiera estabas, 
simplemente, 
te imaginaba.

Estabas entre mis sábanas, 
que tanto secretos ocultan. 
Estabas en mi sonrisa, 
aquella que siempre añoras. 

Estabas en mi mente, 
de aquella que nunca sales. 
Aunque yo no lo quiera, 
siempre estás presente. 

domingo, 13 de diciembre de 2015

Quedémonos.

No nos quedemos en ese poema inacabado, en esa sinfonía que ya dio su último acorde, en esos pasos que indica que ya es el adiós.
No nos quedemos en lo que pudimos haber dicho y que, por miedo, nunca dijimos. No nos quedemos en un 'y si...' sólo porque no sepamos cómo actuar cuando estamos juntos.
No nos quedemos en esos saludos que no se dieron por miedo a molestar, y jamás, jamás, nos despidamos con un adiós, porque adiós significar final, y nosotros no podemos quedarnos como uno.

No nos quedemos en ese beso que podría significar todo y que no se dio porque no se sabía si sería correspondido.
No nos quedemos en una canción de desamor. Ni siquiera debemos quedarnos en una canción.
No nos quedemos como aquello que vino y que se fue, sino como aquello que vino y se quedó.
Quedémonos en las caricias por la noche, en los ratos de silencio, en las miradas que dicen todo, sin que haga falta decir nada.
Quedémonos con las risas y con nuestros piques que se arreglan con un abrazo. Quedémonos en los paseos y en los bailes sin música. Quedémonos. Simplemente quedémonos. Quedémonos como nosotros, mientras el mundo sigue girando.