lunes, 1 de junio de 2015

Desconocidos con recuerdos en común.

Mañana, tarde y noche. Hablamos de todo y de nada. Todo empezó como suelen empezar las historias de amor: hola. 

Él tenía novia y yo tenía otra pareja. Éramos simples amigos con dolores en común, con heridas abiertas y dudas por resolver. Si tan sólo me hubiese explicado.

Hablábamos del amor, de lo bien que sería ser libres para al final, encadenarnos el uno al otro.
Fue bonito, fue precioso, fue como una taza de chocolate en un día frío, una palabra bien dicha, un consuelo.

Creíamos que estaríamos para siempre, qué ilusos y jóvenes éramos y somos para pensar eso. Vinieron besos fugaces, cogidas de la mano debajo de mantas, secretos y palabras dichas con miradas.

Los segundos pasaban y con ellos los minutos y así, pasaron los meses, la relación fue consolidándose, fue haciéndose, fue recreándose en sí misma, hasta que nuestras almas se unieron en una sola. Pero después, ¿qué pasó después? ¿qué fue de las promesas? ¿y de las altas horas hablando? ¿qué fue de contarte mis miedos? No te culpo, ni me culpo. Se cortó el hilo que nos unía.

Nuestra relación acabó como suelen acabarse todas las historias de amor: quizás deberíamos dejarlo. 

Aunque pasamos por la típica fase de: probablemente sólo necesitemos un tiempo.
El tiempo se acabó, se acabó en el momento que se terminó mi relación. Qué pena que no nos diésemos cuenta.

No te quiero, ni te guardo rencor. Indiferencia. Indiferencia a lo que ocurra, a lo que pase contigo y conmigo. Quizás nos volveremos a ver, quizás no.

Ahora, meses después, he podido volver a escribir. Es la última página del libro que escribimos, ahora toca escribir el propio separados, como desconocidos con recuerdos en común.